Voces - Shirley Redroban
Entrevista a Shirley Redroban, candidata a Doctora en Economía en la Universidad de Maryland.
Esperamos les guste esta entrevista y se inspiren con su historia.
Empecé mi formación en Economía en la Universidad Católica del Ecuador, y fue en mi último año de pregrado cuando tuve mi primera gran exposición a la investigación aplicada. Ahí descubrí que lo que había aprendido en el pregrado no era suficiente: quería seguir profundizando, perfeccionando mis herramientas y aprender más sobre las técnicas que realmente me apasionaban. Por eso decidí que lo mejor era continuar con una maestría. Buscando opciones, encontré en la PUC Chile un programa de altísimo nivel en Latinoamérica que además me ofrecía la posibilidad de financiamiento completo. El máster fue todo un reto, pero también una de las experiencias más enriquecedoras y formativas que he tenido como economista.
Al inicio de mi carrera no tenía claro si dedicarme a la investigación en economía era una opción real para mí, por varias circunstancias personales y coyunturales. Sin embargo, a medida que fui avanzando, me di cuenta de que lo que más me motivaba era aplicar los conceptos y herramientas de la economía para responder a preguntas u ofrecer soluciones a desafíos en el campo de la educación. Durante mi experiencia en Chile, tuve la oportunidad de trabajar como asistente de investigación con economistas a quienes ya admiraba y de quienes había leído su investigación. Ellos, hombres y mujeres que compartían mis mismos intereses, no solo me transmitieron su pasión y rigurosidad por la investigación, sino que también creyeron en mí y me ofrecieron su mentoría. Esa combinación de inspiración y confianza fue lo que realmente me dio el impulso para decidir que quería dedicarme a la investigación.
El doctorado trae consigo muchos retos, tanto a nivel intelectual como personal. En mi primer año, uno de los mayores desafíos fue la falta de confianza y enfrentar un ambiente naturalmente competitivo, que a veces puede jugar en contra.
Además, muchos de nosotros vivimos el proceso de mudarnos a otro país, lo que implica adaptarse a un nuevo entorno, idioma y cultura. En mi caso, al llegar a Estados Unidos me costó mucho al inicio tomar clases todo el día en inglés; me demandaba un nivel de concentración muy alto y me sentía insegura al momento de hacer preguntas. Con el tiempo fui ganando confianza, y ahora eso ya no es un obstáculo, pero al principio fue una dificultad importante.
También hubo circunstancias personales que hicieron más exigente el proceso. Durante mi primer año, mientras me preparaba para los comprehensive exams, recibí la noticia de que mi mamá tenía una enfermedad degenerativa incurable. Fue un golpe muy duro, pero en medio de eso valoro mucho el apoyo que recibí de mi advisor y de los servicios de bienestar que el programa de Maryland ofrece a los estudiantes.
En general, creo que el doctorado es una etapa que requiere mucha determinación, compromiso y resiliencia. Es necesario esforzarse, aprender y reaprender conceptos fundamentales, pero también aprender a pedir ayuda, a recibirla y, algo que a veces olvidamos, a descansar.
A lo largo de mi trayectoria, he tenido la suerte de contar con varios mentores. Uno de los primeros espacios que me marcaron fue CLAPES UC, donde aprendí mucho de un equipo de economistas muy generosos con su tiempo y conocimientos. Si tuviera que destacar un mentor principal, sería Sergio Urzúa. Siempre me inspiró por su historia y por ser uno de los economistas más reconocidos de América Latina. Cuando tuve la oportunidad de trabajar con él, confirmé cuánto se puede aprender de su rigurosidad, su pasión por la investigación y su compromiso con aportar evidencia a problemas sociales. De él he aprendido a exigirme más, a mantenerme conectada con las discusiones relevantes de la región y también valoro mucho su generosidad al compartir conocimientos y abrir espacios para jóvenes investigadores. Otro mentor que destaco es Jing Liu, del programa de Educación en Maryland. Me inspira mucho su enfoque innovador, especialmente en proyectos que combinan educación e inteligencia artificial. Su forma de investigar me ha motivado a ser más creativa y a pensar en cómo la tecnología puede aportar soluciones nuevas a problemas que, históricamente, han sido muy difíciles de resolver.
Para hacer investigación se necesitan varias competencias, pero creo que algunas son fundamentales. La primera es la rigurosidad y la ética: una buena investigación siempre debe ser un proceso serio y transparente. A eso se suma el pensamiento crítico, que implica cuestionar no solo lo que leemos en la literatura, sino también nuestro propio trabajo. Esa actitud es la que permite profundizar en las ideas y generar discusiones más ricas. Otra competencia clave que debemos tener es la humildad intelectual, que se refleja en la disposición a recibir feedback y a reconocer que siempre podemos mejorar lo que estamos haciendo. Aprender a escuchar y a integrar las sugerencias de otros investigadores o instituciones enriquece mucho el trabajo. Además, creo que es importante tener apertura a la colaboración, incluso con personas de otros campos, porque las investigaciones interdisciplinarias pueden ofrecer respuestas muy útiles y completas a problemas relevantes. En el caso del doctorado, pienso que en los primeros años lo más valioso es explorar ideas, compartirlas con los advisors y compañeros, y estar dispuestos a escuchar distintas perspectivas. Ese intercambio es lo que ayuda a ir puliendo y trabajando de manera consistente en los proyectos que finalmente queremos desarrollar.
Este verano empecé a trabajar como Research Fellow en el BID, lo cual ha sido una experiencia muy enriquecedora. Estoy colaborando con Matías Busso, un economista con quien tenía muchas ganas de trabajar desde hace varios años porque compartimos intereses en economía de la educación. Actualmente estamos desarrollando un paper sobre peer effects y los mecanismos detrás de estos, utilizando datos experimentales.
Lo que más valoro de esta experiencia es que, a diferencia de mis etapas anteriores como research assistant, ahora siento que el doctorado me ha dado herramientas que me permiten aportar de manera más sustantiva y trabajar con mayor independencia. Eso hace que mi rol sea distinto: no solo aprendo, sino que también contribuyo activamente al avance de la investigación, lo cual me motiva mucho.
Mi investigación se centra en la economía de la educación, un campo que me apasiona porque creo firmemente que la educación es una herramienta poderosa para generar movilidad social y brindar oportunidades.
Actualmente estoy trabajando en tres proyectos. El primero estudia cómo el financiamiento puede influir en la decisión de convertirse en maestro y en la retención de profesores noveles en Chile. El segundo analiza cómo la violencia en los territorios, no solo en las escuelas, sino en el entorno más amplio en el que estas se insertan, afecta la permanencia de los maestros noveles en el aula en Estados Unidos. Y el tercero, en el que colaboro en el BID, busca entender los mecanismos detrás de los peer effects en las aulas a partir de datos experimentales.
Lo que más me motiva de estos proyectos es que todos, desde distintos ángulos, buscan responder preguntas clave sobre cómo mejorar la formación, la permanencia y la efectividad de los profesores, y en general, cómo mejorar los sistemas educativos.
Porque los recursos siempre son escasos y las posibilidades no son infinitas. Diseñar políticas públicas sin evidencia puede llevar a decisiones costosas e ineficaces. La investigación nos permite identificar con mayor claridad cuál es el desafío prioritario que debemos atender, cuál es la mejor forma de hacerlo y cuál es la población marginal que realmente se verá beneficiada.
Además, la evidencia ayuda a anticipar posibles efectos secundarios de las intervenciones, lo que permite ajustar el diseño y maximizar el impacto positivo. En ese sentido, la investigación no solo orienta el qué hacer, sino también el cómo hacerlo de manera más efectiva y responsable.
En mi experiencia, el mercado laboral para los economistas es muy amplio y ofrece oportunidades en distintos ámbitos: la industria, el sector público, organismos internacionales y, por supuesto, la academia. Lo que me gusta de la economía es que brinda un conjunto de herramientas muy versátiles que luego se pueden aplicar para responder preguntas en campos tan diversos como la educación, el medio ambiente, las finanzas o la salud, entre muchos otros.
En cuanto a la comunidad de economistas, creo que en América Latina es especialmente abierta y colaborativa. Siempre se están creando espacios para conectar, intercambiar ideas y discutir los desafíos de la región. Cada vez que he asistido a conferencias regionales me he sentido muy bienvenida, y es inspirador ver cómo cada vez más economistas latinoamericanos se están destacando, especialmente en la academia.
Creo que uno de los grandes desafíos de la academia latinoamericana es seguir avanzando en la generación de diversidad. Si bien se han logrado avances importantes, todavía hay minorías que no están suficientemente representadas.
La diversidad es fundamental porque enriquece la investigación, permite que se planteen preguntas y perspectivas que quizá para la mayoría pasan desapercibidas, pero que son igualmente relevantes. Por eso considero que la academia debería crear espacios que faciliten la inclusión de más minorías, de modo que sus voces y experiencias también estén presentes en el debate académico y en la producción de conocimiento.
Coincido en que los problemas estructurales de inequidad en nuestra región también se reflejan en quiénes logran llegar y permanecer en la academia. Justamente por eso considero tan valioso que existan iniciativas como las que ha impulsado ECONTHAKI.
El programa de mentorías, por ejemplo, es una herramienta que en mi época de pregrado no existía y que sin duda me habría resultado muy útil. Contar con una red de apoyo y guía desde etapas tempranas puede hacer una gran diferencia en el camino académico, ayudando a que más personas tengan acceso a las oportunidades.
Además, ofrecer espacios de diálogo como estas entrevistas también es muy positivo porque permiten que más estudiantes se sientan identificados, acompañados y motivados a seguir este camino. Me alegra ver cómo las nuevas generaciones están reconociendo estos desafíos y creando programas concretos para enfrentarlos, con un impacto significativo en la vida de los estudiantes que aspiran a desarrollarse en la academia.
Además, ofrecer espacios de diálogo como estas entrevistas también es muy positivo porque permiten que más estudiantes se sientan identificados, acompañados y motivados a seguir este camino. Me alegra ver cómo las nuevas generaciones están reconociendo estos desafíos y creando programas concretos para enfrentarlos, con un impacto significativo en la vida de los estudiantes que aspiran a desarrollarse en la academia.
Mi consejo sería que aprovechen cada espacio disponible para conocer mejor qué significa dedicarse a la investigación académica y cuáles son las posibilidades dentro de este camino. Cuando yo misma estaba aplicando a programas de doctorado, noté que, aunque había muy pocos estudiantes ecuatorianos en programas de doctorado en ese momento, los estudiantes y profesores latinoamericanos siempre estaban dispuestos a conversar, compartir sus experiencias y responder preguntas.
Por eso, recomendaría no dudar en ponerse en contacto con otros estudiantes o académicos. Esas conversaciones no solo ayudan a aclarar dudas, sino que también brindan una perspectiva más realista y cercana sobre lo que implica la vida académica. Al final, esas redes de apoyo pueden marcar una gran diferencia en el proceso de decidir y prepararse para este camino
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